Love will tear us apart,
again[1].
JoyDivision.
El amor no atañe a los
géneros sino a todos los seres. Rompe las barreras espacio-temporales y
transgrede imposiciones convencionales tan necesarias para la convivencia como
absurdas para aquellas personas que trascienden el contrato social. Los
espacios comunes, que este arrebatador sentimiento transita, son tan dispares
como un mundanal parque, una fría oficina o Internet, “cruce de caminos” en el
que se conocen los protagonistas de la novela: Taisa y Manuel, transfigurados
en Luna e Yrha. Ambos, condenados a un platónico deambular en busca de la mitad
perdida, van tropezando, una y otra vez, hacia su ineludible encuentro; el de dos
seres predestinados a unirse en singular comunión, auspiciada por la eterna
danza de la Luz y la Oscuridad. Estas fuerzas primigenias, en continua pugna,
están salpicadas de claroscuros. Sus reglas no escritas propician un continuo
desequilibrio, mas, cuando se aproxima el fatal desenlace, un principio
corrector precipita, in extremis, una
nueva tensa calma. Entonces, el metrónomo vuelve a marcar el compás con fingida
parsimonia.
Taisa-Luna y
Manuel-Yrha quedan atrapados por y en la red
de redes, medio tramposo y sincero a la par, encrucijada donde puedes
adquirir cualquier novedoso e inútil artículo o vender tu alma al Diablo.
Intercambian mensajes que desencadenan el poder evocador de la palabra, la que
hiere por sus mentiras y ciega por su verdad, ajena a la vacuidad. Negro sobre
blanco, yin y yang. Palabras penetrantes que trascienden la imagen, que,
silenciosas, reverberan en el interior de los amantes sin que aquellas puedan
escapar, en forma de ondas, hacia el oscuro espacio exterior para ser
engullidas por el olvido. A golpe de tecla, los dos apasionados personajes, van
dando rienda suelta a su amor, mudando sus pieles, quemándolas en agónico
éxtasis, quién sabe si prisioneros de un infernal círculo sin fin.
Pero con el transcurso
del tiempo, se atisba lo inevitable. La desnudez de Luna, que se turba con cada
gesto de Yrha, siente el premonitorio escalofrío de Taisa en los compases de
espera, en sus inseguridades, en la posterior zozobra de Manuel. Taisa, cada
vez más cercana a Luna, siente que Manuel se aleja de Yrha. Se muestra confusa
ante la actitud excesivamente posesiva y ambigua de Manuel, que comienza a
acotar la dualidad de su amada, saltando hacia un lado u otro, sin más criterio
que su propio egoísmo.Invisible pero omnipresente, el maestro de marionetas,
Alam Dan, continúa ejecutando, con autocomplaciente precisión, los movimientos
orquestados de su infalible plan. Empujada por las circunstancias,Taisa emprende
una huida hacia delante. Busca el abrigo de otros brazos, míticos algunos,
impacientes, chamánicos o étnicos otros, pero se siente incompleta y mira, en
la distancia, hacia su perenne refugio.
Apremiada por la
ausencia y la sensación de abandono, que arrecian una agónica muerte en vida, Taisa-Luna
lanza un grito desesperado a Yrha.Él aparece oportunamente, sin sospechar que
Alam Dan prepara su apoteósicoacto final. Sus sutiles maniobras dan paso a la
lacerante estigmatización simultánea de Taisa y Manuel. Éstos comprenden y,
finalmente, convienen que la única manera de preservar su vital vínculo es
inmolando una parte del mismo. Así que, como hizo Alejandro Magno en la costa
fenicia, deciden quemar sus naves. Ambos contemplan de la mano cómo arden
mientras se escribe su sentido y silente epitafio.
Resuena el eco de la
obscena risa de Alam Dan. Entre tanto, a sus espaldas, desafiante, brilla la
lemniscata con dos nombres grabados a sangre y fuego.
Love will find a way[2].
Yes.
Vicente Rguez Ferrer.
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